14 de marzo de 2010

¡Vivan las Resistencias del país! Más de 10 mil jóvenes asisten al Festival de las Resistencias; actúan 250 artistas


Foto
La Maldita Vecindad y Rubén, de Café Tacuba (a la derecha), asistieron al encuentro en apoyo a movimientos sociales del país

Foto Francisco Olvera
Arturo García Hernández
Periódico La Jornada
Domingo 14 de marzo de 2010, p. 8

La presunta falta de conciencia y compromiso político de los jóvenes mexicanos nuevamente quedó en entredicho ayer, cuando más de 10 mil respondieron al llamado para asistir al Festival de las Resistencias, organizado en apoyo moral y económico de distintos movimientos sociales en el país.

El festival, realizado en el deportivo Villa Coapa, del Sindicato Mexicano de Electricistas, fue una toma de posición convocada por grupos musicales, colectivos artísticos y movimientos sociales, de manera absolutamente independiente y autogestiva. No metió las manos ninguna instancia de gobierno, ni empresa privada, ni partido político. Pura ciudadanía.

Entre las demandas sociales de las que se hicieron eco los organizadores del festival destacaron: libertad a los presos políticos de Atenco; defensa de la fuente de empleo de los trabajadores de la extinta Luz y Fuerza del Centro; alto a la represión contra Radio Nomdaa y todas las radios indígenas libres y comunitarias que son acosadas.

Exigieron frenar la persecución de organizaciones sociales y defensores de derechos humanos, la criminalización de los movimientos sociales en México, los embates contra la policía comunitaria de Guerrero, la construcción de la presa La Parota –que sigue latente aunque instancias oficiales dicen que ya fue cancelada– y el asedio militar y paramilitar contra las comunidades zapatistas de Chiapas.

A la una de la tarde, una hora después de iniciado el festival, aún cabía la duda. ¿Se llenará la cancha de futbol dispuesta para el acto? Pronto se disipó. A las cinco de la tarde casi, a pesar de los rigores del sol, se había cumplido la expectativa de los organizadores: reunir a 10 mil personas. Al anochecer la cumplieron y rebasaron con 400.

Las prioridades generales de todos eran pasarla a toda madre, divertirse y dejar claro que el acto era político, una respuesta a la debacle nacional que incluye al gobierno corrupto, la iniciativa privada depredadora del medio ambiente y los partidos políticos.

La reunión fue fraterna y pluricultural: codo a codo, cuerpo a cuerpo, convivieron los hermanos indígenas, los hermanos punketos, los hermanos rastas, los hermanos mineros de Pasta de Conchos, los hermanos darks, los hermanos campesinos, los hermanos electricistas, los hermanos músicos, cantantes, etcétera.

Mientras 120 grafiteros, estencileros y pintores trabajaban en murales efímeros sobre manta, papel y cartón, las bandas empezaron a circular por el escenario: Rastrillos, Moyenei, El Gran Silencio, Nana Pancha, Sekta Core, Los de Abajo, Maldita Vecindad, Panteón Rococó, Aterciopelados, Rubén (vocalista de Café Tacuba), Boquifloja (hip hop), Roco.

En un momento eran tantos los chavos y tanta su enjundia bailadora que un sismógrafo en el lugar habría detectado un fuerte movimiento trepidatorio. No es exageración.

Con el slam se levantó la polvareda, que se revolvió con los aromas de María Juana que se dispersaban por aquí y por allá. A las ocho de la noche varios grupos musicales, organizaciones y líderes sociales participantes subieron al escenario para repartirse la lectura de una declaración política, subrayando las razones del festival:

Somos miles, junto a los dignos pueblos indígenas en resistencia, junto a los trabajadores y campesinos; estamos aquí porque los señores del dinero y del poder, desde Colombia hasta Tijuana, desde Granada hasta Zimbabue, hacen sufrir a la madre Tierra; “Banda, raza, carnales, chavos, brothers, los movimientos y organizaciones indígenas, campesinas, urbanas, de mujeres y de trabajadores que participamos en este festival, te agradecemos que con tu baile y tu canto apoyes la resistencia de abajo; nosotros, nosotras, músicos y movimientos, cancioneros y organizaciones, sonideros, pueblos y comunidades te saludamos.”

El comité organizador está integrado por 60 colectivos, con la agrupación Jóvenes en Resistencia Activa como coordinadora. Vale mencionarlos por la impecable planificación del encuentro, donde todo siguió el orden y los horarios establecidos; el ingreso y desalojo de la gente fluyó sin problemas; tenían una respuesta para cualquier duda, del público o de la prensa.

Cerca del final ya tenían algunos datos para hacer el balance del festival: asistieron 10 mil 400 personas; 250 artistas subieron al escenario; 750 personas trabajaron en la organización y la logística; no hubo incidentes que lamentar, más allá de 45 atenciones médicas por insolación o torceduras; reunieron cuatro toneladas de víveres que se repartirán entre las agrupaciones apoyadas y en los días próximos harán públicas las cuentas por la venta de boletos.

2 de marzo de 2010

¡Boogie el Aceitoso al cine!

¡Adiós, poeta!

El Premio Nacional de Ciencias y Artes 2009 murió ayer tras ardua lucha contra el cáncer

Carlos Montemayor deja una vida de creación y compromiso

Su pasión por el habla castellana e indígena lo llevó a ser parte de la Academia Mexicana de la Lengua

Como articulista de este diario cumplió el compromiso de contrastar las versiones oficiales sobre la realidad social

El poeta también desarrolló como tenor su pasión por la música




Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
Lunes 1º de marzo de 2010, p. 2

El escritor Carlos Montemayor, premio Nacional de Ciencias y Artes 2009, falleció, tranquilo y sin sufrimiento, este domingo a las 3:35 de la madrugada, luego de ardua batalla contra el cáncer que lo aquejó los últimos meses. Estuvo siempre acompañado por su familia: Susana de la Garza, esposa; Victoria, Alejandra, jimena y Emilio, sus hijos.

De acuerdo con sus deseos, no se realizaron funerales, fue cremado ayer mismo y sus cenizas llevadas por la tarde a la Academia Mexicana de la Lengua, donde recibió una emotiva despedida de colegas, amigos, familiares y, sobre todo, de aquellos que compartieron con él sus ideales.

Escritor, ensayista, poeta, tenor, puntual crítico de la política social y cultural del país, nació el 13 de junio de 1947, en Parral, Chihuahua, donde desde la infancia cultivó gran amistad con escritores como Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008) e Ignacio Solares, quien suele recordar la anécdota de un pulcro niño Montemayor que llegaba a jugar con ellos, con un par de relucientes pistolas de juguete, negándose a hacer pasteles de lodo y pidiendo en cambio: ¿no tienen un poco de ese material masticable que tienen en la boca que me conviden?, en lugar de chicle.

Este cuate seguro será académico de la lengua, bromeaban entonces sus amigos. No se equivocaban. Su pasión por la sonoridad no sólo del habla castellana, sino de los diversos idiomas indígenas de América, llevó al ensayista a ocupar un lugar en la Academia Mexicana de la Lengua, en la Real Academia Española y a ser un incansable promotor de la poesía maya, zapoteca, náhuatl, guaraní y totonaca, entre otras.

Referente de análisis social

Estudió la licenciatura en derecho y la maestría en letras iberoamericanas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Posteriormente se inscribió en estudios orientales en El Colegio de México.

Fue catedrático en la Universidad Autónoma Metropolitana. Su vocación por difundir sus hallazgos literarios lo llevó a publicar en la revista El Tiempo; en Diorama de la Cultura, del periódico Excélsior, en Revista de Bellas Artes, y en Revista de la Universidad de México.

Sus novelas, crónicas y ensayos acerca de diversos movimientos sociales son referente para analizar el contexto y la actualidad en torno a fenómenos como las guerrillas y los levantamientos indígenas. Entre esos títulos se encuentran: Chiapas, la rebelión indígena de México (1998); La guerrilla recurrente (1999); Rehacer la historia (2000).

En cuentos como Las llaves de Urgell (1971), Premiá (1983), Diana (1990), y en ensayos como Los dioses perdidos (1979) y El oficio literario (1985), aborda de manera puntual la vida y problemáticas indígenas.

En 1980 Carlos Montemayor, también amante cultivador del bel canto, se sintió fascinado por la dimensión cultural, política y social de las lenguas indígenas, en las que descubrió similitudes tanto métricas como vocales con el griego clásico.

Para mí fue deslumbrante, pues en lugar de hacer deducción teórica me permitía enfrentarme con lenguas vivas, por ejemplo el zapoteco, una de las más melódicas y musicales por sus estructuras tonales y silábicas, expresó en diciembre pasado en entrevista con La Jornada.

En aquellos años, el narrador participó en el proyecto que tenían en la Dirección General de Culturas Populares (dependiente de la Secretaría de Educación Pública) respecto del trabajo en comunidades indígenas.

En 2007, el Fondo de Cultura Económica publicó el primer volumen de sus Obras reunidas, en el cual se incluyen dos de sus novelas más emblemáticas: Guerra en el paraíso (1991) y Las armas del alba; en la primera narra las vicisitudes de Lucio Cabañas.

Activista y luchador

Cuando joven, Carlos Montemayor presenció en su natal Chihuahua la fuerza de un movimiento campesino que se extendía por todo el estado y que abarcaba algunas zonas de Durango y Sonora. La mayor parte de los líderes campesinos eran de la sierra; algunos, profesores normalistas rurales que trabajaban muy activamente en la gestión ante las autoridades de la Reforma Agraria, relató a este diario.

Agregó que “a principios de los años 70 algunas compañías privadas dieron inicio a una serie de despojos de tierras que provocó la reacción inmediata de los campesinos y paulatinamente la conformación de una fuerza organizada. El mayor contingente formó parte de la Unión General Obrero Campesina de México, que en ese momento dirigía Jacinto López.

“Estas movilizaciones en defensa de predios y contra las invasiones fueron creando un clima de tensión social muy importante en Chihuahua. Cuando era adolescente, en Parral y en la regiones cercanas a mi ciudad, llegué a conocer el movimiento.

“Cuando me fui a estudiar a la Universidad de Chihuahua, entré en contacto con los cuadros políticos y frentes campesinos que me permitieron conocer más de cerca este proceso social. En esa época varios amigos míos, muy jóvenes, se radicalizaron y tomaron las armas.

“Ellos constituyeron el primer movimiento guerrillero en México después de la revolución cubana. Desarrollaron varias acciones, que narró en Las armas del alba. La acción armada más notable de ellos ocurrió el 23 de septiembre 1965; esa mañana intentaron tomar por asalto el cuartel militar de Ciudad Madera.

“Desde hacía más de un año yo radicaba en la ciudad de México, por lo que desconocía que ellos habían entrado en la clandestinidad. Cuando me enteré del ataque y vi las fotos de algunos cadáveres de mis compañeros me sacudí, pero sobre todo, me estremeció el tipo de información oficial sobre ellos: los trataron de gavilleros, de delincuentes, de pistoleros, de robavacas.

Eso fue lo que más me afectó, porque a mí me constaba su honestidad, su limpieza, su integridad, su militancia, su generosidad. Esta impresión de cómo una versión oficial puede destruir tan brutalmente la verdad de la vida humana me marcó para siempre.

Así surgió el compromiso de Montemayor de contrastar las versiones oficiales con las realidades social y humana, tanto como analista político en artículos publicados los años recientes en La Jornada, y como investigador e historiador.

El también traductor se definía como especialista en cuestiones clandestinas, también por su interés en la cultura clásica, latinista y helenista, temas que no le interesan a nadie, pero que están en el subterráneo de nuestra cultura occidental. Las cuestiones indígenas son también algo oculto y subestimado, y los movimientos guerrilleros están también en el subterráneo de la conducta social, de manera que puedo decir que tengo vocación por la clandestinidad, cultural, literaria y social.

Como activista político y luchador social jugó un papel relevante. En este ámbito, su más reciente participación fue como integrante de la extinta Comisión de Mediación entre el gobierno federal y el Ejército Popular Revolucionario, para investigar el paradero de dos desaparecidos políticos.

Sus últimas obras

En diciembre recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Literatura y Lingüística. A falta de un discurso oficial de los galardonados, la prensa rodeó durante la premiación a Montemayor para que hiciera un breve diagnóstico sobre el clima social y político que vive el país.

El escritor respondió: México vive en un estallido constante, en el que la pobreza, la inestabilidad, el desempleo, la desnutrición, el crimen organizado están armando un país indeseable para todos; en 2010 solamente pueden empeorar las cosas.

–¿Prevé alguna alianza entre fuerzas criminales (el narco) con grupos de lucha social? –se le preguntó.

–No, ninguna. Son mercados distintos, son objetivos distintos, organizaciones diferentes, dinámicas totalmente divergentes.

–¿Ningún riesgo?

–Ningún riesgo en especial, más que los que tenemos ya, que son el desempleo, la miseria, la depresión, el empobrecimiento. Ésos son los graves riesgos que estamos viviendo y que no hemos podido solucionar.

Respecto de los planes que tenía el poeta, había bromeado con que compraría (con el monto de su premio) un rancho y cabezas de ganado en su tierra de Chihuahua, para no hacer nada más que ponerme a escribir.

Un par de discos donde hace gala de su voz de tenor que serán editados en breve, y el nuevo libro La violencia de Estado en México, del cual La Jornada ofreció un adelanto el viernes pasado (y que comienza a circular en librerías mañana martes), así como la novela Las mujeres del alba (todavía sin fecha de publicación), son los trabajos más recientes con los que Carlos Montemayor se despide de una sólida, plena y vigorosa vida intelectual.