Muerto el perro, se acabó la rabia
. Se trata del extraño cadáver de la democracia y de la epidemia provocada por el modelo de civilización dominante. De la democracia llamada representativa. La misma que en buena parte del mundo no sólo no expresa ya el sentir complejo y dinámico de las ciudadanías, sino que se ha confirmado como un eficiente mecanismo por el que los monopolios económicos y políticos del mundo, las corporaciones y los gobiernos explotan impíamente a las sociedades. El uno por ciento contra el 99 por ciento: Rusia, Estados Unidos, España, Grecia, Chile, Portugal, Italia…
En México, por sexta vez en su historia reciente, se comete fraude electoral para impedir que acceda al poder un grupo diferente al que domina desde hace unos 80 años. Los mexicanos no podemos seguir creyendo en ello. Hoy es tiempo de pasar a la democracia participativa. Como en el resto del mundo, en México la democracia representativa no ha evitado la expansión del neoliberalismo ni la de los monopolios y mafias legales e ilegales. Tampoco ha podido detener el agudo deterioro ambiental, convertido ya en crisis ecológica global que amenaza a todos y a todo sin distinción. Con la farsa escenificada por los siete ministros del tribunal electoral, a quienes un twitero calificó de sicarios de toga y birrete
, termina un ciclo de dominación y comienza otro; esta vez con un delincuente como presidente.
Sólo que ni en el país ni en el mundo es 2006, y mucho menos 1988, es más bien un 68 re-creado. Ha llegado la hora de organizar la resistencia social.
La resistencia o desobediencia ciudadana es imposible sin la organización de la sociedad y de su acción concertada y con objetivos. Es el paso obligado de las masas, fácilmente manipulables por caudillos y líderes, a las ciudadanías. Morena (Movimiento Regeneración Nacional), por ejemplo, debe dejar de ser ese cúmulo de gente honesta y combativa pero organizada desde arriba, sin estructura orgánica, para convertirse en un verdadero movimiento social donde las decisiones se tomen colectivamente. El manifiesto de AMLO, valiente, digno y decisivo, sigue siendo por desgracia un monumento al caudillismo. La dignidad se sigue conjugando en primera persona. ¿Quién decidirá el cómo, cuándo y dónde de la desobediencia ciudadana? Morena, al igual que el #YoSoy132 y los otros movimientos contra la imposición y el fraude electoral, o es horizontal, flexible, espontáneo, descentralizado y creativo, o no será. Las redes sociales no pueden reproducir a los partidos verticales, rígidos y burocráticos de derecha, centro o izquierda. ¿Qué es la desobediencia ciudadana? Es un derecho a la rebelión, “…una práctica pública, no violenta, consciente y política, contraria a una ley u orden de autoridad considerada injusta o ilegítima, que la sociedad civil emprende con el objetivo de invalidar dicha ley u orden y de inaugurar una nueva legalidad en la que aquellos derechos sociales y civiles que la ley niega se vean de facto reconocidos”.
Dicho conjunto de acciones son legítimas en una sociedad libre, dirigidas a despertar conciencias, poner en evidencia a los corruptos o quitar la máscara de los gobernantes convertidos en delincuentes. Por ello, cada acción es esencialmente informativa, sorpresiva, espectacular y emotiva, y tendente a cuestionar el orden vigente y a empoderar al resto de los ciudadanos, que por lo común permanecen aislados y cautivos del miedo. La desobediencia se hace tomando por asalto los lugares públicos, calles, plazas, parques, centros comerciales y jardines, para celebrar la fiesta, el juego, la poesía colectiva. Una estrategia clave de la desobediencia civil: es preferible mil acciones de 100 ciudadanos que 100 mil ciudadanos juntos. ¡Ello vuelve loco al sistema! En otra dimensión, la desobediencia se practica generando la autogestión ciudadana, como decisiones independientes por asambleas de base, consultas, referendos y elecciones organizadas por la sociedad, negativa a pagar impuestos, creación de monedas no oficiales, de radios y televisoras independientes, boicots económicos a empresas, creación de cooperativas para sustituir bancos, escuelas, comercios y mercados, y redes de consumo responsable.
¿Cuales son las posibilidades de éxito de esas acciones? Muchas, por la sencilla razón de que hoy enfrentamos a un poder acorralado. Su debilidad queda develada y a la luz de luna cuando los mexicanos se preguntan: ¿dónde están las muchedumbres de seguidores del candidato triunfador festejando el triunfo? ¿Por qué no hay una sola plaza o calle con los militantes festinando? Los únicos que festejan son los del aparato: líderes y miembros notables de la clase política, empresarial, mediática, financiera, eclesiástica, sindical y su masa servil de asistentes. Disponemos de dos evidencias robustas para explicar el fenómeno: el triunfo oficial
del PRI está basado en algo más de 19 millones de votos o el 24 por ciento del total del padrón. De esos podemos estimar que emitidos de manera libre, espontánea y legítima no fueron más de 12 millones, equivalentes a sólo 15 por ciento del total. El estudio realizado por Alianza Cívica el día de la elección, que movilizó a 500 encuestadores en todo el país y con un nivel de confiabilidad de 95 por ciento, detectó 28 por ciento de los votos emitidos bajo alguna forma de coacción, es decir unos 14 millones.
Por otra parte, un estudio matemático riguroso realizado por el investigador Ángel Zambrano, basado en un detallado análisis estadístico de las relaciones entre votos nulos (2.5 por ciento del total) y patrones de votación de los candidatos, reveló que la suma oficial de votos de Enrique Peña Nieto está potencialmente inflada en alrededor de 40 por ciento, casi 7.7 millones de votos, mientras existe evidencia numérica de que a AMLO le desaparecieron alrededor de 3.2 millones. Si los casi 16 millones de mexicanos que votaron por AMLO se ganan a los 30 millones que no votaron o anularon, la gran farsa electoral que se ha montado con la participación de los principales agentes del poder fáctico será derrotada súbita o gradualmente.
Todo depende de que nos organicemos.