Alonso Arreola
Escuchar “Stand by Me” en la voz de John Lennon nos hace comprender su preponderancia ecuménica como intérprete, su capacidad para entender la obra de otros y hacerla propia no desde la virtud de la garganta sino desde la fuerza de la entraña. Nos hace mejores hombres. Escuchar “Mother” nos ayuda a entender la cuna del compositor, la desgracia familiar que tantas veces impulsó su creatividad, la necesidad de ser reconocido y querido por los otros. Nos hace mejores hombres. Escuchar “I am the Walrus” es reconocer lo poco que, finalmente, deben importar esos otros cuando de experimentar y buscar oro en el aire se trata. Nos hace mejores hombres. Escuchar “Beautiful Boy” es enternecerse ante un instante de amorosa privacidad universalizado por la belleza. Nos hace mejores hombres. Escuchar “God”… eso simplemente nos hace hombres.
En todos los casos, escuchar a John Lennon afecta, conmueve, pues hay algo en su timbre vocal intensamente unido a una visión vital. Hecho de cristales rotos, incluso cuando suena sereno parece un tanto desesperado, lo que no reduce su capacidad humorística dentro y fuera del estudio de grabación. ¡Cuán poco vemos esta dualidad en los artistas de nuestro tiempo! ¡Cuán poco se ha dado a lo largo de la historia! De Louis Armostrong a Thom Yorke pasando por Elvis Presley, Nina Simone, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Bob Dylan, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morrison, entre otros, han sido escasas las figuras populares que prefirieron contar con el canto, en lugar de cantar el cuento. Esto es, apostar a la historia transportada por notas en lugar de estilizar melodías soportadas por letras que, aunque valiosas, terminan sobajadas o envilecidas con la superficialidad y el glamur. De ahí que muchos de los mejores cantantes no sean los más técnicos ni los más preparados. Pero bueno, esa es historia vieja y conocida. Feeling versus escuela.
Fotos: www.iloveyoujohn.com |
Lo que hoy importa es recordar que John Lennon estaba en ese pequeño Olimpo. Que era un hombre-bala (un hombre-huevo) de los que cumplen distancia sin especulaciones, abriendo brecha con su puro hacer camino. Componiendo, tocando y cantando desde el fondo, apenas afectado en su inercia por la fama y el dinero, piezas obedientes en su tablero, en ese mundo que imaginaba podía ser mejor. Pero claro, tonto soñador, se equivocó. Aquí estamos celebrando su cumpleaños número setenta para la vida, su cumpleaños número treinta para la muerte, en un mundo… ¿peor? Y cosa rara: nacer en el ‘40 y morir a los cuarenta. Escribir en una libreta el nombre The Beatles en el año ‘60. Borrarlo en el ‘70. Cosa rara. Tanto como ser perseguido por la CIA y el gobierno estadunidense tras meterse a una cama con su esposa y no salir de ella en son de protesta mientras cantaba “Give Peace a Chance”. Tan raro como sus relaciones amorosas, sus movimientos geográficos y decisiones estéticas.
Nacido en Liverpool, Lennon aún no cumplía los veinte cuando ya estaba enamorado de la música skiffle (folk influenciado por el jazz, el blues y el country), al frente de proyectos como The Quarry Men, Johnny & The Moondogs y John & The Silver Beetles, que más tarde se convertiría en The Beatles. A propósito del género skiffle, vale la pena decir que otros músicos importantes, como Mick Jagger de los Rolling Stones, se formaron a la luz de sus acordes ganando experiencia y conocimientos para lo que después sería la “música beat”, importante contribuyente a la Invasión Británica. Así las cosas, diez años en los Fabulosos Cuatro y diez más en solitario le bastaron a Lennon para convertirse en leyenda esa noche de diciembre, cuando Mark David Chapman –a quien le negaron la libertad por tercera ocasión en estos días– decidió acabar con su vida en Nueva York.
Como parte de los homenajes que se planean en el mundo entero desde octubre y hasta diciembre de este año, destaca el lanzamiento de la caja de discos Power to the People: The Hits Gimme Some Truth, que incluye trece álbumes, entre los que se hallan siete en estudio remasterizados, más trece piezas inéditas grabadas en casa con anotaciones de Yoko Ono, Sean y Julian Lennon. Asimismo, los conciertos del 1 y 2 de octubre en el teatro Orpheum de Los Ángeles a cargo de la Plastic Ono Band, Eric Clapton, Iggy Pop, Lady Gaga y demás invitados de distintas generaciones, resultan memorables por obvias y justas razones. Las ganancias de tales eventos, por cierto, serán donadas a la Playing for Change Foundation, organización benéfica que promueve la paz construyendo escuelas de música en el mundo en desarrollo.
Pero los festejos no acaban ahí. También está la exhibición John Lennon, Songwriter, en el Grammy Museum de Los Ángeles, para la cual se han reunido guitarras, letras, dibujos, trajes y otros objetos del compositor, así como videos desconocidos de sus primeras bandas, poco antes de formar los Beatles. Igualmente está a punto de salir el libro Starting Over, The Making of Double Fantasy, del músico y autor Ken Sharp. A ello debemos sumar la película biográfica Nowhere Boy, del artista Sam Taylor-Wood, salida recientemente, así como el documental LennonNYC, con imágenes poco vistas de su vida en la Gran Manzana; este último también está por estrenarse. Y si fuera poco, justo el día del cumpleaños de John, Yoko Ono estará en Islandia encendiendo el monumento Imagine Peace Tower, ubicado en la isla de Vioey, cerca de Reykjavik. Múltiples actividades que sin duda renovarán la obra en torno a una de las mayores figuras de la cultura del siglo XX que, en palabras del biógrafo Anthony DeCurtis, “sobrevivirá como una voz incansable de cambio y pensamiento independiente, como un enemigo del status quo”, lo que hoy, pensado con la cabeza fría, pasadas sus muchas contradicciones, sus errores de juicio y neurosis extraordinarias, podemos decir que nos hizo mejores hombres.