6 de abril de 2009

En memoria de Andrés...


Andrés y Villaurrutia


ISRAEL LEÓN O’FARRILL

La muerte es algo irrenunciable e irremediable que a todos nos ha de llegar en cualquier momento. Como dice el dicho, las únicas certezas en la tierra son que hay que pagar impuestos y que en algún momento habremos de pasarnos a otro plano, creamos lo que creamos, católicos, musulmanes, budistas, ateos, todos tenemos que abandonar el envase que se nos fue asignado.

Quisquilloso es el tema, escurridizo y difícil de abordar, sin caer en lugares comunes, sin herir susceptibilidades, sobre todo cuando el afecto, la simpatía o el compañerismo van con la persona desaparecida. Definitivamente, es más sencillo hablar de la muerte cuando no la experimentas de cerca, o cuando no te encuentras involucrado con ella a cada rato. Lo cierto es que todos pretendemos vivir días y días tratando de seguir cualquier camino, sea que nos lo señalen o que lo elijamos nosotros; asimismo pretendemos morir de la misma manera, con moldes, con dignidad. Al final, la vida encuentra las formas más extrañas para abandonarnos y generalmente lo hace en circunstancias difíciles, principalmente para los que dejamos atrás.

No pocos escritores se han ocupado del tema de la muerte desde la narrativa y la poesía, siendo tema fundamental en la historia de ésta última. Se trata sin duda de uno de los grandes misterios que nos rodean, pues evidentemente, siendo que vivimos, estamos rodeados de muerte. Tal es la visión de Xavier Villaurrutia en su Décima Muerte, esos 10 versos de profundo sentido metafísico. Para él, la muerte existe gracias a que nosotros vivimos, y día con día morimos un poco, de manera que al dejar de existir, la muerte deja de vivir. Es como si perdiéramos un parásito que desde que nacemos se instala en nuestros cuerpos hasta que graciosamente, al expirar, nos deshacemos de él. Bien, me parece que al final nos burlamos nosotros de ella.

Sin embargo, me resulta difícil escribir estas líneas ahora, pues la muerte se encuentra muy cercana como para simplemente mirarla de lejos y poder burlarme de ella, como generalmente hago con todo lo que me rodea. No, ahora alguien cercano murió, y no hay más remedio. Uno de mis alumnos, Andrés Castillo Cueto, falleció el viernes pasado arrollado por un coche... 20 años contaba y quizá no haya muerte más insensata e indignante, pues por más trillado que suene, tenía sueños y metas, una vida por delante. Pero por más patético que parezca, he de resignarme a que ya no esté con nosotros.

Villaurrutia vio a la muerte directamente a los ojos y le dijo una que otra verdad. Quizá ahora que de manera inopinada me llegan sentimientos que no pensé recibir me aferro con uñas y dientes a esa misma burla... ¿qué será, muerte, de ti cuando al salir yo del mundo, desecho el nudo profundo, tengas que salir de mí?

De esa manera, creo poder aceptar mejor que alguien como Andrés tenga que dejar este mundo. No pienso en dios, ni en un plano superior; no pienso que haya razones que expliquen lo sucedido, y menos que nos aclaren los misterios últimos. Tal vez es más que suficiente saber que al final, él también se burló de la muerte y de la vida, y me quiero convencer de que al menos él ya no sufrirá las inconsistencias de una existencia común y corriente, que no tendrá que soportar la irremediable cotidianidad, las continuas decepciones y frustraciones.

Como dice Villaurrutia ¡qué puedo pensar al verte, si en mi angustia verdadera tuve que violar la espera; si en vista de tu tardanza para llenar mi esperanza no hay hora en que yo no muera! Villaurrutia vislumbró esa máxima: que morimos todos un poco cada día, que nos adosamos a ella cada paso que damos. Suena bien, suena a la aceptación de lo que somos: seres mortales, vulnerables, de paso en este mundo. Suena a una tonada tenue que apenas alcanza a matizar lo que en verdad sentimos muchos de nosotros. Es como aquello del vaso medio vacío o medio lleno, un simple paliativo para no sentir, para escaparnos de lo inevitable.

Desafortunadamente, no me convenzo del todo y cargo, junto con muchos otros, además de las frustraciones cotidianas, la terrible indignación de ver desaparecer a un excelente ser humano porque alguien no quiso frenar... porque los que debieron haber puesto un puente peatonal en esa vía en construcción eludieron el tema... porque ahora haya personas que se quieren colgar de la causa de Andrés para tener ganancias diversas.

Después de todo, Villaurrutia desde sus palabras me da un poco de paz y he de aferrarme a su visión metafísica. Quizá eventualmente pueda asimilar tan terrible pérdida para todos los que tuvimos contacto con Andrés y, tal vez aunque suene ingenuo, los actores alrededor del problema aprendamos del siniestro... no, eso no lo creo, mi optimismo no llega a tanto.

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