8 de enero de 2008

Che Guevara en la cabaña.

Bucareli. Jacobo Zabludovsky

Hoy, exactamente hoy 7 de enero hace 49 años, entrevisté a Fidel Castro en la ciudad de Matanzas cuando venía de Oriente en vísperas de entrar a La Habana para la celebración del triunfo revolucionario.

Antes una explicación de mi modus operandi y después la respuesta del Che Guevara a una pregunta mía, según prometí en mi Bucareli anterior.

En el avión de México a La Habana sólo permitieron mi acceso sin camarógrafos ni ayudante. Cargué conmigo una cámara Bolex de 16 milímetros sin sonido que usaba rollos de 100 pies. Cada uno duraba menos de tres minutos. Llevé 30 rollos vírgenes. Yo mismo operé la cámara en todo el reportaje de Cuba y en ciertas escenas pedí la ayuda de alguna persona para que me filmara con los entrevistados o en los sitios donde estuve. Gracias a la grabadora de sonido prestada por La Voz de la Cuba Libre conservé el audio de las entrevistas. Posteriormente empalmé el sonido a la imagen para lograr un documento más valioso, experiencia que aproveché más tarde en mi reportaje del terremoto de 1985.

Pensé incluir entre las preguntas una aparentemente, trivial recurso al que acudo con frecuencia como elemento sorpresa, útil para obtener respuestas no preparadas y darle color a la plática. El truco fue eficaz en cuanto al resultado. Le recordé al Che su promesa y la de todos sus compañeros de dejarse crecer barbas y cabellos durante la lucha para cortárselos el día del triunfo. ¿Cuándo será eso?

El Che Guevara me dirigió una mirada de hielo y dijo con voz pausada: “De modo que nosotros llevamos dos años peleando en la sierra, de modo que hemos perdido a casi todos nuestros compañeros en la lucha, de modo que vamos a transformar este país y a usted lo único que le importa es cuándo nos cortaremos las barbas”.

En mi reportaje no omití la respuesta del Che. Pude haberlo hecho y nadie sabría lo dicho. Habría ocultado para siempre la reac- ción a una pregunta de apariencia pueril que dio lugar a la declaración más descriptiva del carácter y la firmeza de un personaje carismático como pocos en el siglo XX. Durante la entrevista me pareció escuchar descargas de fusilería provenientes de los fosos de La Cabaña. Entendí lo que sucedía al salir de la fortaleza, cuando un individuo me ofreció la película de un fusilamiento a cambio de 100 dólares. Lo ahuyenté con asco. En medio del desorden que todavía reinaba en Cuba, característico de los periodos de transición, cuando las viejas maneras persisten y las nuevas no se han establecido, me pareció, y lo dije entonces, que el Che Guevara era el único dirigente que sabía a dónde iba el cambio. Mi observación fue certera, pues el tiempo y los hechos demostraron que veía una Cuba comunista, cuando algunos de sus compañeros parecían indecisos o ambiguos. Pero en ese momento era imposible predecir el rumbo de Cuba, y todos los augurios resultaron errados. Muchos creían que todo acabaría en una simple sustitución de caciques, el famoso “quítate tú para ponerme yo”, como había sucedido en cuartelazos o revoluciones cuyos líderes se corrompieron al tomar el poder. Otros pensaban que habría una transformación profunda, pero nadie sospechó que se iba a establecer un régimen comunista a las puertas de Estados Unidos.

La Habana empezaba su nueva vida con la ocupación de periódicos, estaciones de radio y televisión, el cierre de oficinas de partidos políticos y algunas empresas particulares. Pero seguían abiertos los lugares clásicos: el Floridita donde Ernest Hemingway tomaba su martini, la Bodeguita del medio, la Zaragozana, entre los restaurantes, y el Tropicana como estrella de la vida nocturna de la capital cubana. En la CMQ reinaba el desconcierto y empezaba la conversión de una industria sostenida por la publicidad a una dependiente en todos sentidos del nuevo gobierno. Ahí seguía, a las puertas de la emisora, el pequeño puesto donde en muchas ocasiones había tomado, por 3 kilos (3 centavos), un buchito del mejor café del mundo.
Recogí y conservo, como toda la película y grabaciones de sonido, los testimonios de algunos protagonistas veteranos de aventura y combates.

Entrevisté a Juan Almeida Bosque, comandante del ejército rebelde, quien aún vive, uno de los 82 hombres que con Fidel Castro embarcaron en Tuxpan, Veracruz, en el pequeño yate Granma. A Gladys Fajardo, llamada “madrina de la tropa del tercer frente”, que se unió a las fuerzas rebeldes en Sierra Maestra. Diana Ayala, ante un plato de moros y cristianos, me relató su unión a las fuerzas rebeldes. El sacerdote Alberto Martín de Bernal, cura párroco de San Miguel de los Baños, simpatizante de los castristas y cooperante en ayuda humanitaria. Walkiria Bello quien pasó muchos meses con las fuerzas rebeldes. Todas ellas mujeres muy jóvenes como Sonia quien se declaró revolucionaria absoluta. Mayra Arias que con modestia habló de los frentes donde había combatido. Hablé con el comandante Luis Crespo Castro, otro de los 82 que embarcaron con Fidel dos años antes.

Castro venía hacia La Habana desde la punta este de la isla. Mi plan era salir a su encuentro. Me aconsejaron esperarlo en la ciudad de Matanzas. Ahí conocí a otro de los jóvenes peludos, el comandante William Gálvez, jefe de la provincia de Matanzas, cuya primera orden al hacerse cargo del cuartel fue convertirlo en escuela. Ahí llegaría Fidel. Era mi única oportunidad para entrevistarlo y no podía fallar.

En mi próximo Bucareli transcribiré parte de la plática de Castro con el único periodista mexicano presente ese principio de enero en Matanzas y La Habana.

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