8 de agosto de 2009

Dos buenos artículos de Epigmenio Ibarra sobre la izquierda actual


Por: Epigmenio Ibarra

En este país donde hace años no hay crecimiento económico real y donde cada vez más mujeres y hombres se quedan sin un empleo permanente y digno. Aquí donde hay cada vez más pobres y los pocos ricos son cada vez más ricos. Donde la justicia está al alcance sólo del que puede pagar por ella. Donde imperan la impunidad y la corrupción y entre funcionarios venales y delincuentes se reparten la patria –o lo que queda de ella- como botín y deciden, a capricho, sobre vid as y haciendas. Aquí en donde la televisión privada, como en ningún otro país del mundo, hace y deshace a su antojo: leyes, reglamentos, usos y costumbres, métodos educativos, gobernantes. Donde los magnates de la pantalla –antes soldados del PRI- han convertido, a base favores y presiones, a la Presidencia de la República en una especie de “vicepresidencia corporativa de asuntos nacionales”. Aquí, en donde después de dos gobiernos fallidos al hilo y una transición democrática trunca nos enfrentamos al hecho, prácticamente consumado, de la restauración del antiguo régimen. En esta patria de la desmemoria, del dolor de tantos, de la rabia que crece en muchos otros y en esta patria que lo es también de la indolencia y el conformismo. Aquí, digo, hace falta con enorme urgencia un contrapeso eficaz; algo que por una vez incline decisivamente la balanza del lado de las mayorías empobrecidas. Hace falta una izquierda que sea capaz de hacer un esfuerzo honesto, consistente, radical, de transformación. Una izquierda capaz de reinventarse y con la fuerza y la capacidad para reinventar el país.

Empeñados como están en defender sus respectivas cuotas de poder, no atinan los dirigentes de los distintos partidos de la llamada izquierda electoral a siquiera entender la magnitud de su debacle. No quieren escuchar las verdades que la gente les dijo en las urnas. Les falta honestidad intelectual y también valentía para poder hacerlo. Menos todavía pueden entender que han terminado, todos, por volverse un estorbo.

Aquí no hace falta que los “Chuchos” limpien el partido y se decidan, por fin, a expulsar a los que apoyaron a otros partidos. Tampoco, por cierto, que los expulsados se vistan ahora de rojo y defiendan a un partido que, como el PT, tiene tan evidentes vicios de origen. No se trata de discutir la propiedad de las franquicias electorales; en manos de quién quedará el control de la bancada de diputados o quién se habrá de quedar con el grueso de las prerrogativas electorales.

No es un dilema burocrático, de aparato el que enfrenta la izquierda electoral mexicana en este momento y no sirven para un carajo ni los llamados a una unidad impensable e imposible, ni el que unos u otros se rasguen las vestiduras y lancen anatemas y expulsiones al por mayor.

Conviene tomar conciencia de que el PRD se acabó; más bien se lo acabaron. Lo mataron entre todas las tribus y dejó de ser una herramienta eficaz de transformación. Miente el que afirma que en el PRD el debate es ideológico; no son las ideas las que lo separan; son la ambición y la mezquindad resultado de que, la mera proximidad del poder, transformó a luchadores sociales en burócratas, marginó a aquellos que, a pesar de todo, mantuvieron sus principios e hizo que se aproximaran, con todos sus vicios a cuestas, multitud de aventureros de toda laya.

Decenas de miles de mexicanos dieron su vida, centenares de miles enfrentaron la persecución, la represión y la cárcel para construir al PRD. Finalmente millones de ciudadanos, durante todos estos años, dimos nuestros votos para hacerlo gobierno. ¿Qué fue de todo eso? ¿Cómo se dieron, los líderes institucionales y los ahora proscritos, el lujo de mandar tantos años de lucha, tanto sacrificio al carajo? ¿Por qué se creen ellos todavía capaces de conducir un proceso de refundación? ¿Qué resultados presentan ante la militancia, ante el país para reclamar ese papel? ¿Con qué solvencia moral pueden otra vez pedir un voto de confianza a aquellos millones de ciudadanos que ya les dieron en el 2006 sus votos?

No se trata de refundar un aparato sino de reinventar, como una opción real de poder y transformación del país, a la izquierda electoral mexicana. Eso, que es tan urgente, pasa necesariamente por un proceso de autocrítica que, a todas luces, quienes hoy ocupan los liderazgos son totalmente incapaces de hacer; les sobran ataduras y les falta compromiso. Ni piensan en el país, ni piensan en el futuro; sólo son capaces de calcular cuántos votos pueden sumar para su causa en el 2012. Allá ellos. Que sumen y resten adeptos, clientes, cómplices. Que conspiren y maniobren; le saquen jugo a los celulares, ayudantes y camionetas. Que jueguen al poder mientras en realidad sólo sirven como peones, como legitimadores de los que,=2 0para tragedia nuestra, hace décadas lo detentan. La tarea de reinvención de la izquierda corresponde a otros hacerla; otros con imaginación, con frescura, con ganas de cambiar el mundo y no sólo de cambiar su situación personal.
Por: Epigmenio Ibarra
Primera parte
“La nada tiene prisa”
Pedro Salinas
Si bien la tarea de reinvención de la izquierda es impostergable y no puede eludirse más tiempo un debate de ideas consistente y profundo sobre cómo lograr, desde una perspectiva de compromiso real con las grandes mayorías empobrecidas, la transformación del país. Si bien, insisto, es preciso un severo cuestionamiento ético a los usos y costumbres de la izquierda electoral mexicana y el desplazamiento de los puestos de di rección de aquellos que han dilapidado el capital político acumulado por ésta luego de tantos años de lucha. No puede ya, por ningún motivo, cederse más terreno. Permitir que la transición democrática se frustre definitivamente con el retorno anunciado del PRI, dejar que el país marche de regreso al pasado, es un crimen de lesa patria. El año 2012 está a la vuelta de la esquina; no hay tiempo que perder.

Por eso y en tanto en el seno de la izquierda se produce o debe producirse una autocrítica inclemente hay que saber, también, ver hacia adelante y actuar, de inmediato, en consecuencia. La derrota sufrida en las últimas elecciones, pese a sus catastróficas dimensiones, no puede ya seguir paralizando a aquellos que tienen la tarea de retomar sin demora la lucha.

La cuesta que ha de subirse es, a consecuencia de los tantos errores cometidos y también del asedio de los poderes fácticos, demasiado empinada, tanto que se antoja casi imposible de remontar. Más se ha recorrido, sin embargo, desde la persecución y la muerte, desde las mazmorras y la clandestinidad.

Recuperarse, estar incluso en posibilidades de obtener una nueva victoria en las próximas elecciones presidenciales debe ser el objetivo que convoque y una, sin más dilación, a todos aquellos que piensan que en este país las cosas tienen que cambiar y que una izquierda revitalizada, imaginativa , es el instrumento adecuado para lograr ese cambio.

No se trata sólo de perderse en discusiones sobre el futuro del aparato burocrático y de las distintas sectas. Tampoco se trata de atrincherarse en los reductos que se han conservado; de dedicarse a satisfacer ambiciones personales y ponerse al servicio de los cómplices y las clientelas que hicieron posible el mantenimiento de esas posiciones. Hay que alzar la mira. Urge hacerlo.

Lo que está en juego no es el partido, tampoco el disfrute de las prerrogativas sino la tarea de abrir cauces a la justicia en este país donde imperan la corrupción y la impunidad y donde la brecha entre los pocos, poquísimos ricos y los muchos pobres que son cada vez más pobres, se hace más ancha cada día.

Si este proceso pernicioso de separación, de ruptura, entre los mexicanos que lo tienen todo y los otros muchos millones que no tienen nada continúa, si esta herida que nos divide se ahonda este país no tiene futuro. Tarde o temprano las desgarraduras serán de tal tamaño que no podremos siquiera reconocernos como conciudadanos.

Cerrar el paso al PRI; acelerar la caída del PAN, corresponsables ambos de la debacle, liberar al país del modelo neoliberal que lo tiene atascado es darle una esperanza a esta nación dividida. Esa –y no la de seguir el juego al adversario- es la tarea de la izquierda; en ella debe ya centrar sus energías.

Porque para eso también sirve el poder y por eso hay que buscarlo y20conquistarlo en las urnas; para recuperar, como nación, un destino común.

Para vencer –como decía Miguel de Unamuno- hay que convencer y la izquierda mexicana, que naufraga hoy en el descrédito, está muy lejos de siquiera acercarse a aquellos que habrán de decidir con sus votos, en el 2012, el destino del país.

Mentira sin embargo que sea todo responsabilidad de quienes hoy militan o dirigen a esa izquierda. Antes, en los tiempos del PRI, a los opositores se les perseguía y asesinaba. Hoy se les condena al descrédito mediático, a una especie de muerte en vida; la que provoca la falta o el exceso de pantalla y el sesgo que en ella se da a la información.

La televisión, que ya construye su candidato ideal y prepara su boda de telenovela, pronunció en el 2006 la sentencia condenatoria contra la izquierda mexicana. Desde entonces no cesa y con su peso arrastra al resto de los medios a reafirmarla. Gestos, dichos, acciones, pugnas internas, escándalos vistos con lupa, le permiten hacer que, en la percepción pública, cuadre mejor el retrato hablado con el perfil casi criminal, de ese que ha sido calificado como “un peligro para México”.

Conscientes de que, como en un pantano, la izquierda en la TV constituida de facto en gran elector, mientras más se mueve más se hunde, han de actuar, de aquí en adelante Andrés Manuel Lopez Obrador y Marcelo Ebrard; el primero evitando el ref lejo condicionado que le hace dirigir el mentón contra el puño que busca golpearlo, el segundo cuidando hasta el más nimio de los detalles la integridad y la calidad de su gestión. Ambos eludiendo los demonios atávicos de la izquierda.

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