“Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
tengo alma de marinero”
me gusta el juego y el vino,
tengo alma de marinero”
Por: El Marido de la Peluquera
Si algo me caga en esta vida son las mesas que tienen las patas mal niveladas. Es una mamada eso de que tu vaso ande bailando de lado a lado, de aquí para allá. Pues bien, me encuentro escribiendo esta incomprensión irremediable en una de esas putas mesas, propiedad de un bar de “buena muerte”, medio fresón, donde algún desconocido toca música conocida de Arellano, Filio, Delgadillo, un tal Rodríguez y un tal Sabina; se sirve cerveza en vasos escarchados y en la pared hasta su identidad corporativa tienen. Lo mejor es el servicio.
Mony y/o Erika, las meseras del lugar, son atentas de sobremanera, ambas tienen pícaras sonrisas y la morena (quiero suponer que es Erika), se hace la interesante detrás de la barra, y lo logra. De mediana estatura, cabello abundante y rizado a más no poder, “Erika” goza de caderas discretas, ojos negros, brillantes y gran habilidad con las manos. Me observa sigilosamente mientras escribo y a mí me llama la atención su arete en el labio inferior que la hace particularmente atractiva. De acuerdo con mi poco elocuente y egoísta método de eliminación, la otra debe ser “Mony”; aparentemente mayor que la primera, alta, apiñonada, cabello liso y nariz perfecta, se contonea entre las mesas con gran seguridad meneando su charolita como si estuviese en el mundial de gimnasia rítmica. De ella se rescata su gran sonrisa sin maquillaje y su sensual manera de preguntar “¿te traigo otra?”, mientras te mira sobre el hombro con sus ojos azulmente ensombrecidos. Sin embargo la morena es la morena, pero está bien, tráeme otra…por favor.
El pedo es que éste no era el plan para un “romántico” domingo de fin de año, pero pues ese pedo no fue mío. Ustedes no están para saberlo, pero justo ahora debería estar temblando de frío, espantando mosquitos de temporada y descubriendo las primeras estrellas en el firmamento (chale, qué mamuco), el algún lugar de esta fatídica ciudad angelina (Puebla, no Los Ángeles) y claro, junto a mi Matilde. Pero no (nótese mi indignación), ya es de noche y llevo cuatro tarros de la cerveza más deliciosa desde hace ya muchos meses.
Es cierto, no soy el sujeto más puntual del mundo, yo lo sé, pero parece que Matilde no lo sabe y menos lo entiende. Se encabrona y empieza a mentar madres de aquí hasta como por Aguascalientes-Aguas, pasando por Pachuca de Soto y anexas. – ¡Tú no tienes madre, verdad cabrón!, ¿quién te crees?, ¡hora y media!, ¿crees que puedes disponer de mi tiempo?-. Todo esto mientras me tira una mirada en la que se lee perfectamente con mayúsculas y minúsculas: Malparido, Hijo de tu irresponsable madre y de tu impuntual padre, tu vida vale lo que un kleenex sucio y apestoso. ¡Pendejo!
¡Ah cabrona!, pensé mientras me reía estúpida y apenadamente. ¿Ibas para tu casa, verdad?, pregunté. – Sí, pero quiero caminar, ¡déjame aquí!- ella respondió, mientras me daba un decepcionante y fracasado beso en la mejilla. Se desapareció entre las calles de su colonia de nuevos ricos dando pasos cortos y veloces, al tiempo que movía intempestivamente su trasero como diciendo ¿lo ves?, ¡ahora no lo ves!
¡No me chingues! Como si por sistema fuera impuntual. Además le ofrecí una disculpa, no había necesidad de hacer tanto drama. No terminaba de decir “lo siento”, cuando mi María Félix extirpó cada una de las palabras desde los más profundo de mi esófago con pinzas de pasar corriente, para tragárselas sin masticar, procesarlas y escupirlas en mi cara con un categórico “¡tú, cabrón, todo lo quieres arreglar así de fácil! Decepcionado y patidifuso me guarde para mis adentros “¡ah chinga!, ¡pues que quiere una indemnización o qué pedo?, mientras manejaba hecho la madre atinándole a todos los putos baches, hoyos y coladeras que Blanquita Alcalá en complicidad con mi góber precioso le construyen con material de úptima calidad a tan hermocha ciudad.
Lo que encabrona es que no la puedo mandar a la chingada, porque por mi Matilde, “el mundo entero si me manda, se lo pongo de otro modo”, como dice la canción. Lo que pasa es que te contradices, mugrosa Matilde. O acaso no fuiste tú la que dijo eso de que “lo que nos sobra es tiempo”. En fin, el punto es que la puntualidad no es lo mío, jamás voy a ser puntual por el simple hecho de que nunca lo he sido. Es un mal hábito, lo sé. Lo voy a intentar, pero te advierto que no será fácil. ¡Por favor, Matilde!, si hasta a tu vida llegué tarde. Un sabio amigo me dijo un día, “a las mujeres hay que darles lo que quieren, si quieren puntualidad, pues dales un despertador, ahora que si quieren fidelidad, pues habría que regalarles un buen sistema de sonido”. En nuestro caso creo que con el despertador basta.
Para no hacerla más larga y como la Matilde andaba de malas, decidí tranquilizarme, y razonar con la cabeza fría como es mi costumbre y me dije a mí mismo: ¡A la chingada, vámonos a chupar y a pachequearnos en Rayuela, Casa de té! Ya en el camino, un poco menos emputado, me dieron unas ganas bárbaras de desquitar mi coraje como los hombres…de letras. Ganas de escribir y mentar madres con pluma y papel, y entonces, ¡no me chingues, en domingo hasta el puto papel descansa! A falta de materia prima, me dispuse a buscar un lugar en donde pudiera comprar un par de hojitas blancas o ya de perdis una libreta Scribe de forma italiana de esas de a seis o siete varitos, pero ni madres. Ninguna papelería abierta en el primer cuadro de la ciudad, ni una sola copiadora, no encontré ni un solo pedazo de papel a la venta y en el callejón de Lennon solo había hojitas, pero de marihuana, y esas no están a la venta, pues son “de consumo propio”¸ me comenta un simpático hippie, mientras sonriente me alejo de su puestecillo de collarines y chacharitas, para continuar así con mi búsqueda papelezca. Agotadas todas mis opciones me resigné a entrar a un Sanborns, pues a lo mejor una agenda de esas de bolsillo podría ser útil ante mi disyuntiva dominguera, pero, ¡no me chingues por enésima vez! ¡200 pesos una chingaderita de quince por diez centímetros!, pinche gordo oligarca, hijo de su telefónica madre en infinitum, con lo que cuesta esta mamada podría comer una familia en la Sierra Norte, durante una semana, pensé en voz baja, iracundo y desilusionado. ¡A la chingada, ya no voy a escribir nada!
Ya rumbo a la salida que se me atraviesa en el camino la “Algarabía”, una revista muy recomendable donde te enteras de un buen de cosas, desde las capacidades y funciones de cada una de tus fosas nasales (si es que tienes), hasta el momento de tu primera erección cuando aún eres un feto. El problema es que esa pinche tienda es de los pocos lugares en donde venden tan chida revista, y pues ni pedo, me vi obligado a acrecentar la riqueza del gordo capitalista y hambreador no sin antes escupirme a mí mismo y maldecir a Morelos hecho billete, para pagarle a uno de esos tipines de gabardina roja por tan preciada publicación.
¡Pinche vieja! De coraje me voy a leer mi revista, a beber unas cuantas chelas y a fumar un par shishas de dos o tres manzanas en Rayuela, a ver qué te parece eso, ¡ja! Muy maldito sonreía por mi futura travesura, cuando llegando al lugar me encontré con una fiesta familiar de papitas y refrescos. El congal estaba cerrado. ¡Puta madre! ¿Cuál es tu pedo?, reclamé al cielo como esperando una respuesta de algo o alguien en lo que no creo. Y yo con ganas de beber y ganas de orinar, con ganas de orinar y ganas de beber y de beber mientras orino. Empecé a creer que sería un mal día.
Así es como llegué a esta mesita desnivelada en donde ni siquiera se puede fumar. ¡Uta, se me olvidó el celular! ¿Y si me llama? – Ni madres, su pinche orgullo y altanería no la dejarían…te pareces tanto a mí.
Total que no pude leer, no pude embriagarme y no pude dejar de lado mis ganas de escribir, de escribirte; y lo hago sobre la editorial de la Algarabía, número sesenta y cuatro, enero 2010; al mismo tiempo que Erika me tira unos ojazos sobre su hombro derecho, yo sonrío tímidamente. ¿Qué más puedo hacer?, estoy indignado.
Y sin embargo, te extraño.
Disculpa, ¿me puedes traer la cuenta por favor?...
- …Gracias, vuelve pronto-.
Si algo me caga en esta vida son las mesas que tienen las patas mal niveladas. Es una mamada eso de que tu vaso ande bailando de lado a lado, de aquí para allá. Pues bien, me encuentro escribiendo esta incomprensión irremediable en una de esas putas mesas, propiedad de un bar de “buena muerte”, medio fresón, donde algún desconocido toca música conocida de Arellano, Filio, Delgadillo, un tal Rodríguez y un tal Sabina; se sirve cerveza en vasos escarchados y en la pared hasta su identidad corporativa tienen. Lo mejor es el servicio.
Mony y/o Erika, las meseras del lugar, son atentas de sobremanera, ambas tienen pícaras sonrisas y la morena (quiero suponer que es Erika), se hace la interesante detrás de la barra, y lo logra. De mediana estatura, cabello abundante y rizado a más no poder, “Erika” goza de caderas discretas, ojos negros, brillantes y gran habilidad con las manos. Me observa sigilosamente mientras escribo y a mí me llama la atención su arete en el labio inferior que la hace particularmente atractiva. De acuerdo con mi poco elocuente y egoísta método de eliminación, la otra debe ser “Mony”; aparentemente mayor que la primera, alta, apiñonada, cabello liso y nariz perfecta, se contonea entre las mesas con gran seguridad meneando su charolita como si estuviese en el mundial de gimnasia rítmica. De ella se rescata su gran sonrisa sin maquillaje y su sensual manera de preguntar “¿te traigo otra?”, mientras te mira sobre el hombro con sus ojos azulmente ensombrecidos. Sin embargo la morena es la morena, pero está bien, tráeme otra…por favor.
El pedo es que éste no era el plan para un “romántico” domingo de fin de año, pero pues ese pedo no fue mío. Ustedes no están para saberlo, pero justo ahora debería estar temblando de frío, espantando mosquitos de temporada y descubriendo las primeras estrellas en el firmamento (chale, qué mamuco), el algún lugar de esta fatídica ciudad angelina (Puebla, no Los Ángeles) y claro, junto a mi Matilde. Pero no (nótese mi indignación), ya es de noche y llevo cuatro tarros de la cerveza más deliciosa desde hace ya muchos meses.
Es cierto, no soy el sujeto más puntual del mundo, yo lo sé, pero parece que Matilde no lo sabe y menos lo entiende. Se encabrona y empieza a mentar madres de aquí hasta como por Aguascalientes-Aguas, pasando por Pachuca de Soto y anexas. – ¡Tú no tienes madre, verdad cabrón!, ¿quién te crees?, ¡hora y media!, ¿crees que puedes disponer de mi tiempo?-. Todo esto mientras me tira una mirada en la que se lee perfectamente con mayúsculas y minúsculas: Malparido, Hijo de tu irresponsable madre y de tu impuntual padre, tu vida vale lo que un kleenex sucio y apestoso. ¡Pendejo!
¡Ah cabrona!, pensé mientras me reía estúpida y apenadamente. ¿Ibas para tu casa, verdad?, pregunté. – Sí, pero quiero caminar, ¡déjame aquí!- ella respondió, mientras me daba un decepcionante y fracasado beso en la mejilla. Se desapareció entre las calles de su colonia de nuevos ricos dando pasos cortos y veloces, al tiempo que movía intempestivamente su trasero como diciendo ¿lo ves?, ¡ahora no lo ves!
¡No me chingues! Como si por sistema fuera impuntual. Además le ofrecí una disculpa, no había necesidad de hacer tanto drama. No terminaba de decir “lo siento”, cuando mi María Félix extirpó cada una de las palabras desde los más profundo de mi esófago con pinzas de pasar corriente, para tragárselas sin masticar, procesarlas y escupirlas en mi cara con un categórico “¡tú, cabrón, todo lo quieres arreglar así de fácil! Decepcionado y patidifuso me guarde para mis adentros “¡ah chinga!, ¡pues que quiere una indemnización o qué pedo?, mientras manejaba hecho la madre atinándole a todos los putos baches, hoyos y coladeras que Blanquita Alcalá en complicidad con mi góber precioso le construyen con material de úptima calidad a tan hermocha ciudad.
Lo que encabrona es que no la puedo mandar a la chingada, porque por mi Matilde, “el mundo entero si me manda, se lo pongo de otro modo”, como dice la canción. Lo que pasa es que te contradices, mugrosa Matilde. O acaso no fuiste tú la que dijo eso de que “lo que nos sobra es tiempo”. En fin, el punto es que la puntualidad no es lo mío, jamás voy a ser puntual por el simple hecho de que nunca lo he sido. Es un mal hábito, lo sé. Lo voy a intentar, pero te advierto que no será fácil. ¡Por favor, Matilde!, si hasta a tu vida llegué tarde. Un sabio amigo me dijo un día, “a las mujeres hay que darles lo que quieren, si quieren puntualidad, pues dales un despertador, ahora que si quieren fidelidad, pues habría que regalarles un buen sistema de sonido”. En nuestro caso creo que con el despertador basta.
Para no hacerla más larga y como la Matilde andaba de malas, decidí tranquilizarme, y razonar con la cabeza fría como es mi costumbre y me dije a mí mismo: ¡A la chingada, vámonos a chupar y a pachequearnos en Rayuela, Casa de té! Ya en el camino, un poco menos emputado, me dieron unas ganas bárbaras de desquitar mi coraje como los hombres…de letras. Ganas de escribir y mentar madres con pluma y papel, y entonces, ¡no me chingues, en domingo hasta el puto papel descansa! A falta de materia prima, me dispuse a buscar un lugar en donde pudiera comprar un par de hojitas blancas o ya de perdis una libreta Scribe de forma italiana de esas de a seis o siete varitos, pero ni madres. Ninguna papelería abierta en el primer cuadro de la ciudad, ni una sola copiadora, no encontré ni un solo pedazo de papel a la venta y en el callejón de Lennon solo había hojitas, pero de marihuana, y esas no están a la venta, pues son “de consumo propio”¸ me comenta un simpático hippie, mientras sonriente me alejo de su puestecillo de collarines y chacharitas, para continuar así con mi búsqueda papelezca. Agotadas todas mis opciones me resigné a entrar a un Sanborns, pues a lo mejor una agenda de esas de bolsillo podría ser útil ante mi disyuntiva dominguera, pero, ¡no me chingues por enésima vez! ¡200 pesos una chingaderita de quince por diez centímetros!, pinche gordo oligarca, hijo de su telefónica madre en infinitum, con lo que cuesta esta mamada podría comer una familia en la Sierra Norte, durante una semana, pensé en voz baja, iracundo y desilusionado. ¡A la chingada, ya no voy a escribir nada!
Ya rumbo a la salida que se me atraviesa en el camino la “Algarabía”, una revista muy recomendable donde te enteras de un buen de cosas, desde las capacidades y funciones de cada una de tus fosas nasales (si es que tienes), hasta el momento de tu primera erección cuando aún eres un feto. El problema es que esa pinche tienda es de los pocos lugares en donde venden tan chida revista, y pues ni pedo, me vi obligado a acrecentar la riqueza del gordo capitalista y hambreador no sin antes escupirme a mí mismo y maldecir a Morelos hecho billete, para pagarle a uno de esos tipines de gabardina roja por tan preciada publicación.
¡Pinche vieja! De coraje me voy a leer mi revista, a beber unas cuantas chelas y a fumar un par shishas de dos o tres manzanas en Rayuela, a ver qué te parece eso, ¡ja! Muy maldito sonreía por mi futura travesura, cuando llegando al lugar me encontré con una fiesta familiar de papitas y refrescos. El congal estaba cerrado. ¡Puta madre! ¿Cuál es tu pedo?, reclamé al cielo como esperando una respuesta de algo o alguien en lo que no creo. Y yo con ganas de beber y ganas de orinar, con ganas de orinar y ganas de beber y de beber mientras orino. Empecé a creer que sería un mal día.
Así es como llegué a esta mesita desnivelada en donde ni siquiera se puede fumar. ¡Uta, se me olvidó el celular! ¿Y si me llama? – Ni madres, su pinche orgullo y altanería no la dejarían…te pareces tanto a mí.
Total que no pude leer, no pude embriagarme y no pude dejar de lado mis ganas de escribir, de escribirte; y lo hago sobre la editorial de la Algarabía, número sesenta y cuatro, enero 2010; al mismo tiempo que Erika me tira unos ojazos sobre su hombro derecho, yo sonrío tímidamente. ¿Qué más puedo hacer?, estoy indignado.
Y sin embargo, te extraño.
Disculpa, ¿me puedes traer la cuenta por favor?...
- …Gracias, vuelve pronto-.
2 comentarios:
¡Vaya fiera! ¡Qué indignación!
¡Una chica así no vale la pena!
Atte.
Matilde :)
Es lo que yo digo, pero su marido la ama en verdad! Házle entender...
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