Muy buenos días, amigos ciudadanos, colegas y periodistas. Me permitiré dar lectura a un texto que he escrito para asumir una postura pública sobre mi despedida del noticiero matutino de Noticias MVS, ocurrida este fin de semana, asunto que ha generado múltiples muestras de solidaridad que desde aquí agradezco.
Este es un suceso que, si bien afecta la vida profesional y laboral de un grupo de personas –entre las que me incluyo–, tiene una trascendencia mayor a ese mero alcance limitado. Sobre lo que quiero pronunciarme es sobre el alcance mayor de este evento que impacta de diversas maneras a la sociedad mexicana. Una sociedad que en estos días y horas ha dado muestras de determinación y capacidad de respuesta frente a un hecho que la agravia y que lesiona sus derechos fundamentales. La vigorosa, fuerte y decidida voz de miles de personas en las redes sociales –Twitter, Facebook–, otras modalidades y las manifestaciones en la calles son, en sí mismas, un gran acontecimiento. La gran noticia de que estamos vivos; de que los mexicanos, a pesar de la espiral de violencia, muerte y horror que nos acompaña todos los días, estamos aquí para reconocernos en el espejo y luchar por un México mejor. Agradezco todas estas expresiones y celebro aquí, entusiasmada, su existencia y el signo vital que las acompaña. Abrazo a quienes en todos los tonos y con los diferentes lenguajes se han manifestado en contra de lo que es, a todas luces, un hecho autoritario, desmedido e inaceptable. Un hecho así sólo es imaginable en las dictaduras que nadie quiere para México: castigar por opinar o por cuestionar a los gobernantes. El tema nos pega a todos. No sólo nos afecta a nosotros como profesionales y a los ciudadanos a los que se les quita un espacio. Se afecta también a este medio de comunicación y al grupo empresarial que desarrolla diversas actividades productivas a favor del país. Este grupo está encabezado por una familia a quien estimo y valoro. Fundada por uno de los hombres más queridos y respetados de la industria como fue don Joaquín Vargas Gómez. Lamento sinceramente que sus nombres están siendo acribillados con insultos en las redes sociales por la decisión tomada.
Tenemos que preguntarnos ¿por qué sucedió esto y cómo fueron las cosas? El pasado viernes 4 de febrero en mi libre derecho a la expresión formulé un comentario editorial que aludía a un incontrovertible hecho noticioso. A raíz de lo ocurrido en la cámara de diputados el día anterior, cuando un grupo de legisladores exhibió una manta con la foto de Felipe Calderón con los ojos enrojecidos en la que se leía: “¿Tú dejarías a un borracho conducir tu auto? No, ¿verdad? ¿Y por qué lo dejas conducir al país?” Naturalmente se produjo una gran rispidez que orilló a suspender la sesión en el recinto legislativo. Había ahí ya una historia que contar a nuestras audiencias. Mi compañero Omar Aguilar presentó con gran profesionalismo ese hecho noticioso con pulcritud, con claridad y con suficiencia. Jamás ocultó ni la manta, ni el contenido de la manta, ni a los autores de la manta. No truqueó nada para que los televidentes y radioescuchas no se enteraran de lo que decía la manta. No trampeó con nadie y presentó al público, como el público merecía, todas las expresiones que en diferentes sentidos se emitieron al respecto. Nuestro auditorio quedó perfectamente informado del acontecimiento y con elementos suficientes para hacer su propia valoración de las cosas. La información presentada me sirvió a mí de base para formular el citado comentario editorial: “dejemos a un lado la caricatura”, dije, “tomemos el asunto con seriedad”. E hice algunas otras consideraciones y terminé con un cuestionamiento formal a las autoridades: “¿tiene o no problemas de alcoholismo el presidente de la República?” Yo no tengo manera de corroborarlo, pero si fuera el caso sería algo delicado que deberíamos saber. No hay nada de ofensivo en la interrogante, especialmente si se trata de algo que, de existir, afectaría por su naturaleza la toma de decisiones que impactan en todo momento a millones de personas en el país. El comentario editorial cerraba diciendo que el tema, y dada su exposición pública a través de la manta de los legisladores merecía una respuesta seria, formal y oficial de la propia presidencia de la República. La presidencia no respondió a la periodista; de inmediato exigió a los dueños, que no a la periodista, una disculpa pública inmediata por la tremenda osadía. Demostró con ello un grado de irritabilidad e intolerancia que por sí mismas hablan de algún tipo de problemática que, por supuesto, también deben ser analizadas.
Reconozco que el cuestionamiento era duro, pero de ningún modo injurioso o difamatorio. Tampoco se transgredía al código de ética que ha sido aludido. Era simple y llanamente la formulación de una pregunta válida, pregunta hecha por una periodista cuya intención quedaba perfectamente delimitada, el estado de salud y grado de equilibrio de un mandatario por supuesto, que es un asunto de claro interés público. La sociedad mexicana tiene derecho a saber con certeza. Sin ofensas, sin caricaturizaciones sobre las condiciones de salud de quien ha tomado y seguirá tomando todos los días decisiones gravísimas que impactan sobre el destino de una nación. ¡Y vaya que si ha impactado el destino de la nación las decisiones tomadas desde Los Pinos en este sexenio!
El motivo de mi despedida, se dijo, fue haberme negado a dar una disculpa y haber transgredido el código de ética de la empresa, cosa que es falsa y se convirtió sólo en una coartada. En este momento no sólo no rectifico, ni me disculpo porque no hay nada que disculpar, sino por el contrario ratifico la pertinencia de que la presidencia de la República se manifieste al respecto. Lamento sí, personalmente, que el presidente y su familia se hayan sentido ofendidos por el cuestionamiento. No hubo ni hay en la formulación de mi pregunta ninguna intención o ánimo de ofender. Lamento que ellos se hayan sentido ofendidos, si así ocurrió, pero aun así la pregunta sigue vigente.
El ejercicio del poder hace que las figuras públicas sean sujetas a escrutinios e interrogantes a las que no estarían sujetas otras personas por razón, precisamente, de sus responsabilidades y del impacto de sus decisiones. En una democracia esto forma parte del juego. ¿No tuvo Bill Clinton que hablar de semen depositado en el vestido azul de una muchacha ante una audiencia de millones de personas?, ¿no acaso el estado de salud de Dylma Rousseff fue motivo de debate público antes de llegar a ser la presidente que es?, ¿acaso no son las francachelas y excesos de Silvio Berlusconi materia de debate nacional?, ¿por qué en México los empresarios de los medios pueden ser sometidos a presiones indebidas para que silencien a los comunicadores?, ¿por qué la sociedad mexicana se tiene que conformar con una sola visión de las cosas?, ¿por qué fatalmente tenemos que vivir con la existencia de un duopolio televisivo que no sólo envilece las pantallas con programas denigrantes y nocivos, como los de reciente estreno, sino que es ya en sí mismo un poder que ha dañado la vida democrática nacional?, ¿por qué México está entrampado en una espiral de degradación e infamia sin que hagamos nada al respecto?, ¿por qué, como dicen los firmantes de una de las cartas de protesta publicadas en estos días, seguimos dejándonos conducir de esta manera al país?, ¿qué clase de democracia es esta que por un comentario editorial que irritó al gobernante se le corta la cabeza a quien opinó?, ¿por qué desde el poder político pueden llevar las cosas al extremo, escalando el conflicto, deliberadamente, hasta lograr hacer las cosas imposibles, tanto al empresario como a la periodista ocasionando la ruptura?
La pregunta es: ¿cómo es que pudieron elevar desde Los Pinos el grado de exigencia pidiendo casi la humillación por un hecho absolutamente sobredimensionado?, ¿cómo es que a un empresario, a quien tenemos por decente, lo llevaron a comportarse de esa manera?, ¿cómo pudieron lograr que se sintiera obligado a tal punto como para exigirme la lectura de una carta, obviamente no escrita por mí, en términos que me eran ajenos y por supuesto no empataban con lo que dictaba mi conciencia, para satisfacer la ira presidencial?
La exigencia de la lectura indigna de esta carta, que quien me la formuló sabía de antemano que yo rechazaría. Se llegó a ese extremo por el grado de vulnerabilidad en la que quedan quienes tienen negocios o concesiones en el mundo de las telecomunicaciones y los medios de comunicación en México. Ese es el tema verdadero. En este caso hay un conjunto de concesiones en juego, y la resolución final sobre lo que pase con ellas se encuentra en el cajón del presidente. Lo que debería ser técnico, jurídico y legal, en la realidad es un asunto político y discrecional. La aprobación, que ha pasado ya por todos los filtros legales y técnicos, para aprobarse, está sujeta a la venia final del presidente, y ni siquiera a la venia final del presidente, sino a la venia final de quien, a su vez, presiona al presidente. Es decir, a los poderes dominantes con las telecomunicaciones cuyo poder desmedido impide la entrada de nuevos competidores y a los que existen les hacen la vida verdaderamente imposible. Si existe a nuestros días un elemento que condiciona y distorsiona la relación de los medios con el gobierno es esta discrecionalidad, esta discrecionalidad política en la toma de decisiones en materia de refrendo y otorgamiento de concesiones en el ámbito de las telecomunicaciones. Es esta una de las razones fundamentales por las cuales en México no se despliega a plenitud un derecho fundamental como el de la libertad de expresión. Asuntos que deberían resolverse con la mayor certidumbre jurídica en materia de plazos, planes de cobertura, planes de negocios y de inversión terminan siendo asuntos de decisión política y no de las áreas técnicas en la materia. Es el caso de las concesiones que en la banda del 2.5 gigahertz tienen varios operadores en el país, del que MVS Comunicaciones posee la mayoría de ellas. No obstante haber ya desahogado todos los requerimientos técnicos en materia de competencia, de la opinión favorable de algunos comisionados de la Cofetel, y de la opinión favorable de la Cofeco y de tener a la espera, con riesgo de perderlas, cantidades millonarias de inversionistas nacionales y extranjeros, a pesar de tener todo en regla y un mercado demandante, indebidamente, inexplicablemente la decisión se ha retrasado por cinco años. Teniendo todo en regla no hay razón técnica, tecnológica, jurídica ni económica que hoy no esté suficientemente satisfecha. La única razón que hoy impide a MVS Comunicaciones desplegar una red nacional de ancho de banda para internet que compita con los grandes conglomerados es total y absolutamente política. Porque se coloca como una espada de Damocles en la vieja tesis autoritaria de la zanahoria y el garrote: “Te portas bien, te refrendo la concesión; te portas mal, la detengo o te la niego”. Este es el ambiente de presión en el que se desenvuelve la relación no sólo de los concesionarios con el gobierno, sino es el ambiente en el que se desenvuelve el trabajo y el desempeño profesional de cientos de profesionales en su relación con las empresas de comunicación. Esa es la batalla diaria. En la medida en que los comunicadores y los empresarios batallan frente al gobierno, en esa medida las audiencias ganan o pierden en información. Lo más grotesco y paradójico de esta realidad es que los que más se benefician de esta herencia del viejo régimen son los grandes monopolios que ahora son capaces de mantener este diseño para evitar a los nuevos competidores y aquí aparece, de nueva cuenta, la enorme responsabilidad de un poder legislativo que ha preferido el mantenimiento de las reglas no escritas en lugar de una legislación moderna que dé certidumbre jurídica a los empresarios, tutele los derechos de los periodistas y garantice el derecho a la información de todos los ciudadanos. Agradezco, por cierto, desde aquí el debate de ayer y los pronunciamientos desde el Congreso que se hicieron por parte de los legisladores, sobre el caso de nuestra despedida de MVS noticias. Sin embargo, no sirve de mucho a la democratización de los medios de comunicación condenar la censura si al mismo tiempo se coexiste con leyes que podrían y deberían ser modificadas en beneficio de la población y no de unos cuantos.
Sobre este ambiente de presión del gobierno hacia algunas empresas de comunicación actúa un fenómeno aún más grave, más grave que el antiguo control estatal sobre los medios, se trata del debilitamiento del estado y de sus instituciones por virtud de una supeditación política que parte desde la presidencia de la Republica, atraviesa las Cámaras del Congreso, amplias franjas del poder judicial, órganos reguladores a manos de los nuevos poderes informales o fácticos que han logrado imponer su lógica de chantaje e intimidación, porque eso es lo que es, que los ha llevado a niveles de audacia y en un cálculo de poder para sustituir, por lo menos parcialmente, a los poderes de la República. Ahí está, por ejemplo, una tele bancada. Ahí están, por ejemplo, los sujetos reguladores capturados por sus regulados. Como nunca en la historia del Estado mexicano se ha dejado crecer a estos poderes en México que han llegado a tal punto –a la osadía, diría yo– de querer también apropiarse de la propia presidencia de la República. De otra manera no se explicaría la multimillonaria inversión que han hecho de construirle una candidatura presidencial al gobernador mexiquense.
El trasfondo de lo sucedido en nuestro caso y que ha generado todas esas reacciones tiene que ver precisamente con este clima. Por esa razón es que una empresa decide, en sentido contrario de sus intereses, cancelar en el momento de mayor expansión, de mayor prestigio, de mayor influencia, un espacio de información critica, de debate y de opinión, que ha sido valorado por los anunciantes y sus audiencias. Por eso toma una decisión suicida. Como tantas otras, ésta es una empresa sometida indebidamente a una presión incompatible con un régimen democrático y con un Estado de Derecho. Mientras no cambiemos las estructuras que están en la base de esta relación insana, escuchas con influencia crítica se ven permanentemente hostilizados y en conjunto los medios de comunicación terminan por estandarizar o uniformar sus coberturas informativas. Se achata la libre expresión. Se merma el debate, se inhibe la conducta crítica. Eso daña severamente la democracia, y por supuesto los derechos fundamentales de las y los ciudadanos de este país.
Y bueno, me dirán “¿ahora qué hacemos con lo sucedido?” Aceptemos lo sucedido, que no le viene bien a nadie u optamos por la ética de la responsabilidad y buscamos un camino. Buscamos un camino sin claudicar, pero sin exigir que el otro se arrodille. Joaquín Vargas sabe perfectamente que yo no infringí ningún código de ética, sabe lo que sucedió, sabe que fue una coartada. Sabe, porque lo sufre todos los días, de las razones verdaderas que están detrás de esta decisión que están a punto de cortarnos la cabeza. Y digo a punto porque voy a plantearle una salida digna, decorosa e inteligente. Ya sabrá si la toma. Joaquín sabe como pocos de lo que estoy hablando. Le digo a MVS que no le demos gusto a los que saborean este fracaso. Lo sucedido entre el viernes y el fin de semana, entre Los Pinos, nuestras oficinas, no sé si también en otras, la destilería y el Meridien, es algo que no se merece nadie, que nos daña a todos y que para lo único que va a servir es para el desahogo absurdo de un berrinche presidencial y para el beneplácito de los que prefieren que nadie compita, que nadie cuestione o que se cuestione poquito. No se lo merece un grupo de profesionales que estaba haciendo su trabajo que se ve brutalmente interrumpido. No se lo merecen por supuesto las audiencias. No se lo merece la familia Vargas porque han sido colocados en una disyuntiva perversa en donde tienen que calibrar como grupo empresarial qué les cuesta más frente al gobierno y poderes que lo presionan, si la cabeza de Aristegui o la banda de los 2.5 gigahertz. No se lo merece el país.
La Asociación Mexicana de Derecho a la Información, la Amedi, a la que pertenezco y preside el maestro Raúl Trejo Delarbre, ha dicho que la salida nuestra del aire es una pésima noticia para la sociedad mexicana. “La decisión que cancela ese espacio radiofónico es desafortunada para todos. Pierde la empresa MVS, cuya independencia editorial queda en cuestión debido a la supresión de ese espacio crítico. Pierden la periodista y su amplia audiencia. Pierde la presidencia de la República, de donde surgieron las exigencias para que Carmen Aristegui se disculpara por un comentario que hizo el viernes 4 de febrero”. Amedi exigió a la presidencia que con hechos, y específicamente en este caso, garantice el derecho a la libertad de expresión, así como el derecho de los ciudadanos a la información. Solicitó a MVS que reconsidere el despido de la periodista. Y es exactamente lo mismo que solicito a ellos ahora desde aquí. El país no está más para seguir perdiendo los espacios que hemos ganado. El país no está para que se nos sigan regateando los derechos que nos pertenecen. México atraviesa por un momento crítico, el nivel de descomposición, de violencia y de debilitamiento institucional es profundamente grave como para quedarse parado. No nos puede ganar el pasmo cuando el futuro de México se ha ensombrecido. Nos necesitamos informados, en alerta, críticos; no nos podemos dar el lujo de tirar por la borda lo ganado ¿a cuenta de qué lo justificaríamos?
Nuestra transición democrática ha adquirido un cariz trágico, los niveles de violencia, de descomposición y de degradación de la vida púbica están llegando a niveles de escándalo. La clase política mexicana que no ha estado a la altura de los retos y los desafíos nacionales parece no darse cuenta del avance de estos nuevos fenómenos de poder que han carcomido y debilitado como nunca sus estructuras. ¿Dejamos que sigan avanzando sin contraponer una fuerza social que por lo menos los identifique, los discuta, los analice, los denuncie? ¿Nos quedamos a la sombra de políticos sometidos a intereses particulares porque antes que gobernar bien hay que salir en la tele?, ¿o de gobernantes timoratos e irresponsables que lejos de atemperar las concentraciones monopólicas las han hecho crecer más creando monstruos de poder que los tienen sometidos y frente a los cuales no se atreven a dar ni un paso?
Esta mañana hago un llamado a revertir los efectos de este hecho ominoso. Yo tiendo la mano y escucho a los que están en la calle y me dicen “tienes que regresar”. Estoy dispuesta a regresar al aire este lunes siempre y cuando se cumpla con una condición única y básica: que MVS anuncie que retira de forma oficial el comunicado emitido junto con mi salida en el cual afirma, falsamente, que trasgredí nuestro código de ética y que promoví la difusión de rumores como noticias. Como consecuencia de ello pido que se publique otro comunicado oficial de la empresa en donde la valoración sobre mi integridad ética y profesional que pretendieron dejar en entredicho quede resarcida. Si MVS acepta hacerlo, se reconocerá tácitamente la naturaleza real de lo sucedido. Con eso sería suficiente. Joaquín lo sabe muy bien: que mi integridad profesional y ética nunca estuvo en entredicho realmente, que fue una coartada para tomar una decisión que le imponían, que el verdadero problema está en otro lado. Regresemos al aire y quedará evidenciado. La presidencia tendrá que hacer una valoración de lo sucedido, serenamente, sin odios, con la seriedad que implica tomar decisiones a nombre de los otros y aceptando, aunque no guste, que los ciudadanos y los periodistas tenemos derecho a preguntar, a inquirir y a criticar sobre lo que juzguemos pertinente.
Estoy aquí para hacer este llamado, para revertir un hecho ominoso como el que sucedió de manera digna, decorosa e inteligente, apostando por la verdad pero sin romper lo construido. Mi muy querido amigo Jorge Ramos escribió hace tiempo un texto magnífico que tituló “el derecho a preguntar”. Recordaba ahí a la maestra Oriana Fallaci, quien decía que no debía existir ninguna pregunta prohibida. Todo se puede preguntar, con mayor razón si se trata de preguntar a gente con poder. Jorge contaba también de una entrevista realizada al presidente Vicente Fox. Había interrogantes en el ambiente de por que parecía desanimado, sin ímpetu, sin grandes propuestas. El periodista le pregunto al mandatario, sin con ello alimentar rumores sino tratar de clarificarlos: ¿toma Prozac? Le preguntó, Fox miró al periodista y contestó simplemente “no”. Por supuesto que no le gustó la pregunta, pero la contestó. Tal como escribía Ramos, no hay pregunta prohibida. No hay pregunta tonta, y cuando surge la oportunidad, hay que hacerla aunque sea la última vez.
A partir de aquí cierro mi comentario; no agregaría más porque el planteamiento está formulado y lo que resta es esperar una respuesta. Muchas gracias a todos.
*Leído el miércoles 9 de febrero en Casa Lamm