Alejandro Carrillo Correa
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define como liderazgo la “situación de superioridad en que se halla un individuo una empresa, un producto o un sector económico dentro de su ámbito”; mientras que líder es aquel al que un grupo sigue, reconociéndolo como jefe u orientador; aquel que va a la cabeza entre los de su clase.
Muchas veces, los comunicólogos no calculamos la magnitud que nuestra labor representa para el entorno en el que nos encontramos. Si queremos ir a la cabeza entre los de “nuestra clase”, lo primero que tenemos que conocer es a los conforman esa estirpe, y es que la categoría del comunicador tiene fronteras indefinidas. La naturaleza de nuestra profesión nos exige aplicar una gran cantidad de conocimientos y habilidades propias de otras disciplinas, lo que implica en la vida real competir no únicamente contra nuestros colegas, sino contra otros profesionistas de las ciencias y sociales y lo más complicado, tenemos que competir contra nosotros mismos en un ejercicio de permanencia vigente, documentándonos y actualizándonos acerca de los fenómenos sociales que día con día van cambiando alrededor del mundo.
La labor del comunicador no es un oficio grato, más bien lo contrario. Hemos de sortear infinidad de obstáculos mal remunerados para llegar a la cúspide de la profesión. La ingratitud del oficio poco importa si se compara con la pasión que hemos de imprimir en cada bocanada para ver nuestro nombre plasmado en un medio de comunicación. Es una profesión difícil y pocos seremos los afortunados que la sociedad llamará “líderes de opinión”, sin embargo esa complejidad hace de la comunicación “el mejor oficio del mundo”, parafraseando a García Márquez.
Nuestro título de profesión habrá de decir “Fulanito de Tal, Licenciado en Comunicación y Líder Innato”, ya que aquel que carezca de esta capacidad será indigno de hacerse llamar comunicador y a la vez representará una aberración que los profesores lo hayan aprobado aún en la materia más rústica, pues el objetivo de esta universidad no es producir comunicólogos, abogados o ingenieros, sino líderes sociales capaces de mejorar su entorno.
Hay que tomar en cuenta que con el liderazgo innato del comunicador viene inmersa una responsabilidad social irrenunciable. Como líderes de opinión tenemos la obligación no únicamente de buscar la verdad, sino también tenemos que decirla, pese a todo y pese a todos.
Algún día escuché que para conocer el nivel de desarrollo de un país hay que conocer primero la situación de sus medios de comunicación. Partiendo de esta premisa podemos afirmar que estamos jodidos. Matamos a nuestros periodistas, secuestramos a los medios de comunicación, mentimos todo el tiempo.
Acabar con estas vicisitudes será entonces nuestra asignatura pendiente, será nuestra oportunidad para mostrar el liderazgo de toda una generación. ¿Seremos capaces de fungir como verdaderos agentes de cambio dentro de una sociedad fragmentada o nos convertiremos en lo que siempre hemos detestado?
Comunicación se llama el juego.
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